jueves, 25 de marzo de 2010

Tiris



“Padre, dicen que París es el mejor sitio del mundo” le cuenta el hijo a su padre.
“Quién haya dicho eso, es evidente que nunca ha estado en Tiris, hijo”

Tiris, es una región del Sáhara Occidental de extraordinaria belleza. Los saharauis y en especial los poetas la han mitificado y la han convertido en la musa, en la inspiración. En época de abundancia, después de la lluvia, se vuelve de color verde, la “Tiris jadra”, la inmensa región renace de sus cenizas, surge del polvo de los años secos y vuelve la vida.
Sin embargo la Tiris seca también es bella.
Hay algo mágico en el rostro de Tiris, algo inexplicable que envuelve y acaricia, que susurra, que sugiere y que hechiza.
Ella atrapa y anima, calma y enciende.
Todo poeta que haya pasado por Tiris, ha terminado escribiéndole poesía, hasta los que nunca la han visto, también le escriben versos.

Ella, Tiris, siempre acude para rescatar a los poetas y a la poesía.


Tiris

Cuando caigan
las primeras gotas
estaré a tus pies, amada mía.
Y desnudos nos mojaremos
el abrazo entre rebaños de arco iris.

Cuando vuelva
la lluvia, amada mía,
vendré con las primeras
jaimas del alba
a contarte los versos
que parió tu ausencia.

Cuando llegue ese día
vendarán mis hijos,
los hijos de mis hijos.

Vendremos todos a rendirte
la única y verdadera pleitesía.

(Poema del libro Nómada en el exilio.)



Imagen: Obra del pintor saharaui Ibnuchahid.



miércoles, 10 de marzo de 2010

Los Intraterrestres



I


Ellos habitaban en el centro de la tierra. Por las noches se dedicaban a excavar para salir a la superficie, cuando sólo les quedaba un palmo caían desfallecidos por el cansancio, mañana continuaremos, decían.
A la noche siguiente se daban cuenta de que no habían hecho nada, lo encontraban todo como la primera noche en que decidieron que no querían vivir encerrados. Volvían siempre al punto inicial y tenían que ponerse a excavar de nuevo.
Estaban condenados a cavar cada noche y no acabar nunca.
Su trabajo sólo les proporcionaba un sueño reparador durante el día, el descanso necesario para empezar una y otra vez el más infructuoso trabajo hasta el día del juicio final.

Su desgracia era no acordarse de decir, “Si Dios quiere.”

Dios les castigaba, como Sísifo, a repetir lo mismo toda la vida.

Nada es posible sin la voluntad divina, si Alá no lo consiente, nada puede ocurrir, decía la abuela, cada vez que terminaba de contar la vieja leyenda.

¿Cómo es posible que nadie se acuerde de decir Inshaalah?
Se preguntaba él
¿Y cómo es que no se han topado con algún pozo o con alguna fosa o sima por donde salir?
Sólo Dios lo sabe, hijo, decía la abuela.
Entonces sentía unas inmensas ganas de salvarles de su calvario.
Por las noches metía las manos en la arena y se imaginaba a muchos niños atrapados debajo que no podían jugar, que no tenían tiempo para reír, porque junto a sus padres luchaban, noche tras noche, por cambiar su claustrofóbico destino.
Una madrugada despertó a su madre gritando ¡Inshaalah, Inshaalah! Creyó que tenía una pesadilla. Duérmete, hijo, duérmete…
Pero el sueño, que terminaba venciéndole casi todas las noches y los años se juntaron para hacerle olvidar.


II


“¿Papá, papá, existen los Extraterrestres?”
“No lo sé, a lo mejor”
“¿Los has visto?”
“No, no los he visto. Pero hay muchas cosas que existen que nadie ha visto”
“¿Como qué papá?”
“Como los Intraterrestres”
“¡¿Los Intraterrestres?!”
“Sí, son como los Extraterrestres, pero no son de otros planetas, sino que viven aquí abajo, en el centro de la tierra.”
“¿Y cómo lo sabes, papá?”
“Hay una vieja leyenda saharaui que dice…”
“Papá, papá, tengo mucho sueño, mañana me la cuentas”
“Si Dios quiere, hijo, Inshaalah”




Foto:Generaciondelaamistad.blogspot.com

martes, 2 de marzo de 2010

Desde el cielo



Muchas veces suelo recordar el pasado mirándolo desde el cielo. Me imagino volando sobre un ave de enormes alas extendidas. El ave vuela en silencio, como yo, sin aletear. Sólo planea por encima de mis recuerdos.
Hubo un tiempo que me servía para poder conciliar el sueño.
Antaño, cuando apenas era un niño, antes de dormir me entretenía en la oscuridad viendo enormes rebaños de ovejas blancas deslizarse debajo de mi, era como si flotara en la oscuridad y debajo de mi aparecían miles de ovejas que salían de todas partes y que se dirigían a todas las direcciones; no tenían dueño, ni les seguía ningún pastor, eran ovejas libres.
Con los años perdí la facultad inocente del entretenimiento y desaparecieron las ovejas. Ahora están en mis recuerdos.

En las noches de soledad, cuando se hace imposible dormir, voy entre las alas del pájaro de sueños, reviviendo el pasado y viviendo experiencias del presente. Primero la perspectiva aérea, el mapa, el horizonte, los espejismos, luego voy bajando hasta el sitio de mis recuerdos.
A veces me veo jugando en el patio del colegio, el maestro me observa con la mirada de su adiós precipitado, repentino. Voy corriendo entre el polvo y el humo de las bombas y proyectiles que caen del cielo, entre gritos y llamadas de socorro…mi corazón me aconseja ponerme sobre el otro costado, al hacerlo espanto ese recuerdo y recupero la serenidad viéndome con mi madre que ordeña las cabras, me gusta escuchar el sonido que hace la leche cuando cae en el cuenco; suena a hogar, a calor, a los abrazos de una madre. Otras veces rememoro el beso que ha cambiado mi vida, el que permanece, la boda, los bautizos, la familia.
Pero también veo amargura, veo tristeza sobre la geografía de mi tierra, en los rostros del exilio, en las calles ocupadas, las muecas de la impotencia de mi gente; escucho los llantos de su rabia, los gritos de su silencio. Me desvelo. Un niño me saluda, levantando una bandera con los colores del futuro, en una calle de mi ciudad de tristezas, que se llena de esperanza. Duermo.

Muchas veces he vuelto sobre los mismos rincones de mi pasado y siempre encuentro algo que recordar, algo que revivir, algo que descubrir. Por eso, cada vez que el sueño se ausenta o llega tarde, yo me entrego a un viaje de ilusión que me lleva hasta el fin de la imaginación.
Anoche estuve acompañando, a una caravana de dromedarios blancos que cruzaba el Tiris hacia poniente, iba hacia el mar.