martes, 18 de octubre de 2011

EL CADI, EL POETA Y EL PASTOR







I

Cuando se quedaba en su jaima se dedicaba a estudiar el Libro, “Todo está en el Libro, decía, aunque no lo podamos encontrar” Horas y horas, leyendo y releyendo en busca de la solución más justa y más lógica. No le gustaba que sus decisiones pudieran parecer forzadas o sin argumentos y por eso nunca tomó una decisión sin convencer a los afectados. “Cuando salga de esta jaima se irá con la voluntad de Alá” expresaba a todo aquel que solicitaba su concurso.

Solía decir que si la justicia existe es porque el ser humano no es perfecto. Por eso, decía, Alá le ha dejado trazadas las líneas para que cuando dude entre los caminos que se bifurcan en su mirada y en su corazón, pueda escoger la dirección correcta.

II

El pastor se sentaba a observar la belleza de la lentitud con que pasaba la vida entre camellos. Y entonces en silencio se dedicaba a pensar y a componer versos en la arena, escribía sobre la arena, dibujaba con sus dedos los versos que luego se llevaba el viento pero que él guardaba en su memoria y por las noches se los recitaba a su mujer.

Era un día soleado pero fresco y aún era temprano para el calor del mediodía, cuando los divisó desde lejos, venían trotando sobre el espejismo de octubre. Eran tres, y venían hacia él, “Habrán visto los camellos”, pensó.

Él acababa de componer un Aguilal, que le pareció bastante bueno y se acordó de un poeta amigo, con el que gustaba debatir de poesía y pensó que lo retaría a ver si podía construir una Tala-a sobre su Gaf, que se apresuró a borrar con los pies cuando le pareció que los jinetes estaban muy cerca.

“¡Salamaleikum!” Saludaron los hombres al unísono, sin bajarse de sus dromedarios, que se movían nerviosos al ver a otros camellos cerca.

“¡Aleikumbisalam!” Respondió.

Mientras intercambiaba con ellos los saludos, estudió sus rostros de pómulos prominentes, se habían quitado los turbantes y se secaban las amplias y sudorosas frentes. Tenían el mismo corte de cara y si la sangre no miente, pensó, deben ser hermanos.

“Estamos buscando a Mohamed Abdalahi, el cadi, tenemos entendido que el alfaquí está instalado por esta zona”

“Totalmente cierto, su jaima está detrás de aquél galb de turbante blanco” señaló el pastor hacia una gris elevación que en su corona brillaba el sol ¿Todo bien? Preguntó seguidamente, intentando saber para qué querían ver a al cadi.

“Todo bien, gracias a Dios, se trata de una herencia…” Respondió uno de ellos

“Ah…”

“Te dejamos en la compañía de Alá”

Marhba

III

El alfaquí entró en la jaima y se encontró a tres hombres sentados esperándole, les saludó y se sentó en el centro de la jaima hacia el fondo sobre su aliwish banco. Vestía una darra azul y en el cuello tenía enrollado un turbante de color negro brillante. Pidió perdón por haberles hecho esperar, pero tenía cosas que atender, dijo. Se interesó por los visitantes y les preguntó por sus familias, por el estado se sus salud, por sus camellos y por las últimas lluvias caídas en el sur de Tiris, de las que mucha gente hablaba esos días.

“¿Habéis tomado té? ¿Habéis comido? Traedles leche y traedles dátiles” le dijo a su mujer sin esperar respuesta de los huéspedes.

Ellos dijeron “Alhamdu Lilah” que tenían prisa y que “Alá los llene de abundancia” que les gustaría consultar un asunto importante y luego tenían que seguir su viaje Inshaalah” y le expusieron el tema por el que habían venido de tan lejos.

“Traedles leche y dátiles y prepárenos té” Insistió

Mashalah, mashalah” dijeron a coro los hombres.

El cadi les explicó lo que pensaba y creía lógico para la situación que le habían planteado.

Satisfechos con la solución que les dio Mohamed Abdalahi, se despidieron contentos. Habían notado cierta familiaridad en su rostro, en su mirada, en sus gestos… “Juraría haber visto a este hombre en alguna ocasión” se dijo cada uno de los hermanos que habían acudido al Cadi, para saber si debían cumplir la última voluntad de su difunto padre o hacer lo que dictaba la Sharía.








VOCABULARIO:

Aguilal: es un Gaf sobre el que no se ha construido una Tal-a.

Gaf: composición poética muy breve.

Tal-a: poema que se construye sobre un gaf.

Galb­: monte pequeño.

Marhba: bienvenido.

Aliwish: piel de cordero curtida y con lana, usada para sentarse, sobre todo, por los ancianos

Alhamdu Lilah: gracias a Dios.

Inshaalah: si Dios quiere.

Mashalah: con la voluntad de Dios.

miércoles, 1 de junio de 2011

Los ojos y las manos







El día que abrieron la verja y lo sacaron a empujones tenía los ojos cerrados. Lo llevaron de los brazos, arrastrándolo y lo sentaron en una silla a la que se sujeto con fuerza cuando lo soltaron. ¡Abre los ojos le gritaron! Y levantó las manos. Lo torturaron y lo volvieron a torturar y no abrió los ojos. ¡Abre los malditos ojos! Y levantó al cielo, nuevamente, las manos. Lo dejaron moribundo, inconsciente y lo arrastraron otra vez hasta la celda oscura y allí durante otra semana lo olvidaron.

No había ninguna ventana por la que podía entrar la luz del día, ni el brillo de la luna, ni el viento, ni la voz del almuédano. Nada. Bajo sus manos, llenas de dolor, vio la oscuridad en cada pared y respiró los profundos olores de la soledad y el miedo asfixiante del silencio.

“No salgas, hijo” le había dicho su madre

Escuchó los gritos cerca de su casa e identificó a muchas de las voces, muchos eran amigos o que conocía personalmente. A otros les había oído la voz en algún momento, pero había cientos de voces que no conocía que repetían lo mismo que las voces que conocía y entonces no pudo soportarlo y salió a la calle y gritó con todas sus fuerzas con los puños en alto por la libertad y la dignidad en las calles del barrio Maatala.

“No salgas, hijo” recordó que le había dicho su madre en el momento en que un fuerte golpe en la nuca lo dejo tendido, inconsciente, sobre el asfalto.

Cuando lo sacaron violentamente y le volvieron a gritar que abriera sus ojos, levantó las manos haciendo con sus dedos la uve de la victoria y se imaginó los rostros de sus verdugos llenos de odio y desprecio. Y en sus alaridos y zarpazos supo que le tenían miedo, sintió su desesperación, su pavor, su cobardía.





Foto tomada de http://www.tlaxcala-int.org

miércoles, 25 de mayo de 2011

La bestia


Era el mes de Ramadán de un año que no recuerdo que tuviese nombre. Estábamos a la orilla de un pequeño uad* lleno de una vegetación de hermosos colores y unos olores que todavía me despiertan de mis sueños con una sonrisa de oreja a oreja. No recuerdo el nombre de aquel año, pero sí recuerdo que fue uno de los mejore de los muchos que llevo sobre la espalda. Aquél año era tan bueno que seguramente nadie se acordó de ponerle nombre, o tal vez era porque de los buenos años nadie se acuerda, la gente suele acordarse más de las desgracias, de los años malos, de grandes sequías o de acontecimientos lamentables.

Tal vez fuera el segundo o tercer día de Ramadán, yo estaba apenas a una hora de distancia del frig*. Iba con el ganado, cabras y ovejas, como de costumbre. A mediodía me senté a descansar en la sombra de una talha* . El ganado tenía mucho pasto ¡Mucha hierba! Y estaba pastando tranquilamente. Creo que mis ojos se ausentaron un poco en la paz silenciosa y descansaron en un sueño, agradablemente, inusual. De repente me desperté sobresaltado con el corazón entre las mandíbulas, a punto de masticarlo. Un ruido ensordecedor espantó a mis cabras y ovejas y me dejó casi sordo. Al incorporarme vi el lomo cuadrado de una enorme bestia salvaje que cruzaba, no muy lejos, ahuyentado al ganado y dejando tras de sí los olores del infierno.

No recuerdo bien lo que hice ni cómo llegué hasta el frig, pero cuentan que caí medio muerto en la entrada de nuestra jaima y mi madre tuvo que quemarme la uñas y echarme leche materna en mis fosas nasales y aún así tardé mucho tiempo en recobrar la conciencia.

Cuando desperté estaba toda la familia mirándome como si velaran a un moribundo.

“A tu hijo le ha afectado el Ramadán” Dijo mi padre.

Para mi padre, cuando los hijos hacíamos algo que no le gustaba, éramos hijos de mamá.

“Déjale que cuente…”

Les conté lo que recordaba haber visto y de lo cerca que pasó del ganado y del miedo que tuve cuando vi cómo las huellas de sus patas habían aplastado la hierba y la profundas marcas que sus garras habían dejado en la arena.

“Seguramente es el ayuno que le ha hecho ver visiones, tu hijo está delirando” Insistió mi padre.

Menos mi madre, todos se burlaron de mi. “Mañana iremos a cazar a esa bestia” decían riendo mis hermanos.

Al día siguiente seguían divirtiéndose a mi costa y cuando íbamos a salir con el ganado, mi padre gritó de repente ¡Silencio! Levantó la mirada hacia el cielo. Buscaba las estrellas viajeras que cruzaban, de vez en cuando, el cielo de norte a sur y de sur a norte, dejando una estela de nubes cola de cordero y un sonido de tormenta de rayos. El cielo estaba azul y limpio sin rastro ni de estrellas viajeras ni de nubes.

Mi padre que había sido el primero en escuchar el sonido, que cada vez se oía más cerca, dirigió su mirada hacia el horizonte y en medio de los rayos del sol de aquella plácida mañana apareció la bestia arrasando con todo lo que hallaba a su paso.

“¡Entrad a la jaima!” Gritó mi padre

Entramos todos y nos agarramos a los maderos que levantaban la jaima, menos mi padre que con su fusil en ristre se quedó desafiando a la fiera. Cuando la tuvo cerca levantó su fusil apoyó la culata sobre el hombro derecho y le apuntó entre ceja y ceja. La bestia se detuvo y dejó de bramar.

Desde su interior salieron dos personas sanas y salvas.

“¡Salamaleikum!”

Mi padre, bajó el fusil y respondió al saludo y sin dejar de mirar a la bestia habló con los dos hombres durante unos minutos y luego les indicó hacia el sur con la mano.

Los hombres se metieron de nuevo dentro de la bestia y ésta soltó un aullido, dio marcha atrás y luego torció sobre su costado izquierdo y se lanzó con una velocidad de rayo dejando tras de sí una nube de polvo amarillo.

Por la tarde después de romper el ayuno mi padre, mirándome como si se disculpara, dijo:

“Han dicho que es como un camello, pero hecho por el hombre”.

“¡Qué grande es Alá!” Dijo mi madre.





VOCABULARIO

*Uad: cauce de un río seco.

*Frig: campamento nómada saharaui.

*Talha: acacia espinosa del desierto.

sábado, 23 de abril de 2011

SEGURAMENTE LA LIBERTAD...






Qué hay detrás de estas paredes que detienen mi silencio,

que apagan mi respiración.

Qué hay al otro lado de este muro que se abalanza aplastando mi estatura,

hundiendo mi espalda corva.

Qué hay después de estas alambradas que zanjan las miradas,

que hieren los horizontes.

Qué hay allende los barrotes que atraviesan los brazos,

que oxidan las articulaciones.

No lo sé…

Tal vez unos niños jugando a las canicas entre las jaimas,

tal vez unos camellos rumiando un año de lluvia.

No lo sé…

Quizás las olas de espuma besando los pies de una duna,

quizás una madre acunando por primera vez su alegría.

No lo sé…

Acaso la sombra de un oasis que adornan las manos de alheña,

o la belleza en unos ojos que esperan la paz de la primavera.

No lo sé…

A lo mejor mi madre meciendo el océano en su odre de abundancia

o moliendo los granos tostados en el horno de la espera.

No lo sé…



foto. poemariosaharalibre.blogspot.com

jueves, 22 de abril de 2010

Una maleta de libros


“…nada dura mucho en un mundo de nómadas.”
Gonzalo Moure. (Maíto Panduro)



¿Y mis libros, mamá? Dijo después de un extenso saludo.
“¿Tus libros? ¿Tus libros? Repitió titubeante. Tus libros ya no existen, tus libros han desaparecido para siempre.”
¿Qué pasó, madre?
“Shidda, hijo, la gran sequía tiene la culpa de que te hayas quedado sin libros. Espero hijo, que tengas más vida que esas hojas y que toda la sabiduría que encerraban esté sembrada en tu mente y en tu corazón, y además con la cantidad de años que has estudiado, a lo mejor ya es suficiente, ¿no?”

Fueron diecisiete años estudiando lejos, en otra tierra, en otro mundo. Más de la mitad de su vida lejos de casa, lejos de la familia, lejos de la tierra.
Y al volver sólo traía una maleta llena de libros. Era lo mejor que se podía traer de la tierra en la que se sembraban libros.
Los suyos eran una colección de lo más representativo de la literatura universal. Iberoamericana, sobre todo.
Él había llegado en verano, a mediados de un mes de julio hirviente y se encontró con que su familia llevaba años en la badía, de nómada por la zona liberada del Sáhara.
Aquel fue un año duro, como la mayoría de los años en el desierto, había llegado arrastrando su maleta de libros y sus hermanos pequeños, al verlo, fueron corriendo a recibirlo y entre todos le ayudaron a llevar la maleta hasta la jaima de su familia.
Después de los abrazos y las lágrimas de alegría, que rompieron el muro de represión de tantos años y libres al fin se secaron sobre los rostros de la espera, los niños pidieron caramelos, pidieron juguetes…
Lo siento, sólo traigo libros, dijo él excusándose.

Estuvo todo ese verano leyendo y releyendo su tesoro hasta que lo llamaron para hacer el servicio militar.

¿Pero cómo han desaparecido, mamá? ¿Se quemaron, se los llevó una tormenta?
“Se los dimos a las cabras, dijo la madre, y aunque la idea fue de tu padre, la verdad es que no había otra alternativa”

Cerca de un año esperando abrir la maleta de los libros, soñando con el reencuentro, con una plácida lectura bajo la sombra de una acacia. Y de repente todo había desaparecido.

Nada es para siempre, nada suele parecerse a lo que se sueña. La vida en si es un destino al que no se sabe cómo llegar. Los libros son el sustento de muchos caminos, son la compañía, son el camino, los libros son el destino. Los libros son alimento, los libros son vida.
No pasa nada mamá, al menos han servido para salvar a las cabras.
“Que Alá nos dé más vida, hijo, de las pobres sólo se ha salvado una. Era la preferida de tu padre y sospecho que le dio los mejores libros, los más gordos.” dijo la madre buscando un gesto que tranquiliza, buscando, tal vez, una tierna sonrisa.

De repente su hermano, el más pequeño, irrumpió dentro de la jaima gritando:
¡Mamá, mamá, La Canaria ha parido, La Canaria ha tenido dos crías!

¿Quién?

“Es la cabra, hijo.”






Foto:http://murmullo.org/wp-content/uploads/2009/09/mar-de-libros.jpg

miércoles, 14 de abril de 2010

Al Sáhara en patera



Esto, antes, era el mundo de las cabras, toda la vida de pastor hasta que acabaron con mis cabras y con su mundo y con el mío. El turismo se comió mis cabras y sólo me queda este paseo por el puerto y poder hablar de aquellos tiempos que se nos escaparon sin darnos cuenta.
¿Y tú por qué vienes al puerto? “Yo quiero ir al Sáhara.”
¡El Sáhara! Yo estuve hace años ¡La cantidad de cabras que llevé yo al Sáhara, muchacho! ¿Y cómo te vas a ir? ¿En barco?
“No, me iré en una patera” ¡¿Qué?! “En una patera... un cayuco”
¡Al Sáhara en una patera, ¿Tú estás loco, chico?!

La idea venía rondando en su cabeza desde hacía bastante tiempo y la había compartido con sus amigos, pero todos pensaban que sólo se trataba de una broma. Sólo el viejo del muelle sabía que hablaba en serio. “Ten cuidado, muchacho, el mar es muy peligroso”

Lo había calculado todo, agua, comida, cosas que creía necesarias para la travesía, hasta le puso nombre a la barca, Esperanza escribió con el verde, el rojo y el blanco, tres colores para nueve letras y para un sueño. Estuvo yendo a la biblioteca y estudió mapas y midió distancias, ¡Sólo 90 kilómetros! ¡48 millas! Y una noche de verano zarpó en dirección al Sáhara. Adiós, amigo, dijo abrazando al viejo. Suerte, hijo.
Confiaba en las estrellas y sabía que lo guiarían hasta la costa de su sueño. Nunca se perdió en el desierto y el mar ante sus ojos era un inmenso y oscuro desierto. Tienes que ir en ésta dirección, le dijo el viejo, señalando el sureste, si te apartas puedes aparecer en el fin del mundo. Él sabía qué constelaciones poner entre sus ojos, qué estrellas seguir, sin embargo se llevó una brújula por si hiciera falta.
Pasó toda la noche siguiendo el brillo de una lejana estrella que resplandecía en el horizonte y que le animaba a dominar los avatares de atravesar el piélago, como si cruzara el gran desierto.

La noche acabó y un rayo de sol le acarició la frente helada. Y de repente el silencio en medio de la nada. La ausencia de ruido le delató su soledad y sintió miedo. Pero el sol salía por el sitio adecuado, el viento, la corriente, todo irá bien, se prometió. A mediodía vistió su daraa y se enrolló el turbante y se recostó entre las olas, mientras el viento lo llevaba hacia su destino. El cansancio, el sueño, los espejismos, ¡Tierra a la vista! Las gigantes dunas, el recibimiento, la multitud que saludaba, que gritaba su nombre y que clamaba por un abrazo, por un saludo ¡Qué felicidad! ¡Qué alegría!

Tres días después, el viejo, en un bar del puerto, escuchó la noticia.

El cuerpo sin vida de un joven, al parecer de origen saharaui, apareció en la costa sur de la isla de Fuerteventura. Viajaba en una patera que apareció encallada en la playa.
Lo curioso, declaró La Guardia Civil, es que no se trataba de un inmigrante ilegal. El fallecido, tenía Residencia Permanente en la isla. Se ignora si viajaba acompañado y de dónde procedía
.

El viejo deambuló toda la tarde sin rumbo, hasta que cayó la noche y se sentó en el muelle mirando el horizonte. A lo lejos bailaban, al son de las olas, las luces de la añoranza y del sueño de una esperanza.








Foto:www.lasonet.com/sahara/sh-199.htm

jueves, 8 de abril de 2010

La otra mejilla







Tengo mucha sed,
estoy muy cansado,
pero el agua que se ve a lo lejos,
bien lo sé yo, sólo es un espejismo.

¿Qué hacer después de poner la otra mejilla?
¿Qué hacer cuando se agota la paciencia?
¿Qué hacer cuando se acaba el día?
¿Qué razones maniatan la ira?
¿Qué pasión anima a retar la tormenta,
a rezar en la vaguada seca de la espera?


Hijo, sólo nos queda la muerte.

Yo ya he puesto mi otra mejilla.












Foto:www.gfbv.it/3dossier/sahrawi/foto4.jpg