miércoles, 3 de febrero de 2010

El Sol

Hay un relato del escritor y humorista cubano Héctor Zumbado, del que siempre me acuerdo y que suelo contar, a mi manera, a mis amigos.
El relato se titula El hombre que quería enlatar el sol.
Carlos Ruiz de la Tejera, también uno de los más brillantes humoristas cubanos, incorporó la historia a su repertorio de monólogos.
El hombre tenía una brillante idea, tenía un proyecto que quería desarrollar, pero acaba enfrentándose a la burocracia y al poder. Termina humillado y obligado “a dejarse de boberías”. La historia es muy breve pero tiene un final impresionante. El hombre, derrotado, arroja la lata, ésta se abre y desde su fondo comienza a amanecer.
Una emotiva imagen que infunde esperanza, pero a él le cortaron las alas, le privaron de soñar, le degollaron la ilusión.

Una tarde de verano en el campamento de Bir Ganduz, hace ya varios veranos, le conté la historia a un amigo militar que acababa de llegar de los territorios liberados (Sahara Occidental) y le gustó tanto la historia que empezó a hacer sus propios proyectos.
- A ese amiguito tuyo de Cuba, dile que se dedique a otra cosa. Conservas de mangos o guayabas, por ejemplo- dijo, abanicándose con el turbante.
- ¿Por qué?
- ¡Porque para sol, el nuestro! Aquí está el futuro.
- El futuro de la energía, quieres decir.
- ¡No, hombre, no! El de las conservas de sol.

Yo pensé que mi amigo bromeaba y no le hice ningún caso, sin embargo él continuó dándole forma a sus ideas.
- Con el permiso del cubano ese y trayendo la tecnología necesaria podemos producir millones de barriles al día y también lo podríamos exportar a través de soleoductos. Se podría intercambiar por sombra de Escandinavia ¡Sería grandioso!
- Y la arena, que nos están robando- dije yo buscando imponer algo de lógica.
- Muy buena tu idea, tenemos la arena de mejor calidad del mercado ¡Imagínate unos arenoductos repartiéndola por las playas del mundo! ¡Tu tierra en todas partes ¿no es grandioso?!
- La pesca – insistí.
- El pescado- dijo pensativo, como si de repente su imaginación hubiese encontrado un escollo insalvable- bueno sí, también, pero ese hace mucho que viene enlatado del norte. ¡No me gusta el pescado! Concluyó.

El se quedó callado, con la mirada fija en el techo de zinc que parecía quejarse del inclemente sol de verano. Estaba pensando a fuego lento.

Por la tarde, antes de irse, se quedó un momento mirándome pensativo.
- ¡Te imaginas una tormenta de arena en Escandinavia! Debe ser maravilloso.

Se levantó, se enrolló el turbante en la cabeza.
- Sólo nos falta una cosa – dijo despidiéndose – La libertad.

¿Quién teme a los sueños? Pensé.

1 comentario:

  1. Me ha encantado, qué risa y es que ya me imagino al enlatador de sol saharaui. Muy bueno.
    Limam

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