jueves, 22 de abril de 2010

Una maleta de libros


“…nada dura mucho en un mundo de nómadas.”
Gonzalo Moure. (Maíto Panduro)



¿Y mis libros, mamá? Dijo después de un extenso saludo.
“¿Tus libros? ¿Tus libros? Repitió titubeante. Tus libros ya no existen, tus libros han desaparecido para siempre.”
¿Qué pasó, madre?
“Shidda, hijo, la gran sequía tiene la culpa de que te hayas quedado sin libros. Espero hijo, que tengas más vida que esas hojas y que toda la sabiduría que encerraban esté sembrada en tu mente y en tu corazón, y además con la cantidad de años que has estudiado, a lo mejor ya es suficiente, ¿no?”

Fueron diecisiete años estudiando lejos, en otra tierra, en otro mundo. Más de la mitad de su vida lejos de casa, lejos de la familia, lejos de la tierra.
Y al volver sólo traía una maleta llena de libros. Era lo mejor que se podía traer de la tierra en la que se sembraban libros.
Los suyos eran una colección de lo más representativo de la literatura universal. Iberoamericana, sobre todo.
Él había llegado en verano, a mediados de un mes de julio hirviente y se encontró con que su familia llevaba años en la badía, de nómada por la zona liberada del Sáhara.
Aquel fue un año duro, como la mayoría de los años en el desierto, había llegado arrastrando su maleta de libros y sus hermanos pequeños, al verlo, fueron corriendo a recibirlo y entre todos le ayudaron a llevar la maleta hasta la jaima de su familia.
Después de los abrazos y las lágrimas de alegría, que rompieron el muro de represión de tantos años y libres al fin se secaron sobre los rostros de la espera, los niños pidieron caramelos, pidieron juguetes…
Lo siento, sólo traigo libros, dijo él excusándose.

Estuvo todo ese verano leyendo y releyendo su tesoro hasta que lo llamaron para hacer el servicio militar.

¿Pero cómo han desaparecido, mamá? ¿Se quemaron, se los llevó una tormenta?
“Se los dimos a las cabras, dijo la madre, y aunque la idea fue de tu padre, la verdad es que no había otra alternativa”

Cerca de un año esperando abrir la maleta de los libros, soñando con el reencuentro, con una plácida lectura bajo la sombra de una acacia. Y de repente todo había desaparecido.

Nada es para siempre, nada suele parecerse a lo que se sueña. La vida en si es un destino al que no se sabe cómo llegar. Los libros son el sustento de muchos caminos, son la compañía, son el camino, los libros son el destino. Los libros son alimento, los libros son vida.
No pasa nada mamá, al menos han servido para salvar a las cabras.
“Que Alá nos dé más vida, hijo, de las pobres sólo se ha salvado una. Era la preferida de tu padre y sospecho que le dio los mejores libros, los más gordos.” dijo la madre buscando un gesto que tranquiliza, buscando, tal vez, una tierna sonrisa.

De repente su hermano, el más pequeño, irrumpió dentro de la jaima gritando:
¡Mamá, mamá, La Canaria ha parido, La Canaria ha tenido dos crías!

¿Quién?

“Es la cabra, hijo.”






Foto:http://murmullo.org/wp-content/uploads/2009/09/mar-de-libros.jpg

miércoles, 14 de abril de 2010

Al Sáhara en patera



Esto, antes, era el mundo de las cabras, toda la vida de pastor hasta que acabaron con mis cabras y con su mundo y con el mío. El turismo se comió mis cabras y sólo me queda este paseo por el puerto y poder hablar de aquellos tiempos que se nos escaparon sin darnos cuenta.
¿Y tú por qué vienes al puerto? “Yo quiero ir al Sáhara.”
¡El Sáhara! Yo estuve hace años ¡La cantidad de cabras que llevé yo al Sáhara, muchacho! ¿Y cómo te vas a ir? ¿En barco?
“No, me iré en una patera” ¡¿Qué?! “En una patera... un cayuco”
¡Al Sáhara en una patera, ¿Tú estás loco, chico?!

La idea venía rondando en su cabeza desde hacía bastante tiempo y la había compartido con sus amigos, pero todos pensaban que sólo se trataba de una broma. Sólo el viejo del muelle sabía que hablaba en serio. “Ten cuidado, muchacho, el mar es muy peligroso”

Lo había calculado todo, agua, comida, cosas que creía necesarias para la travesía, hasta le puso nombre a la barca, Esperanza escribió con el verde, el rojo y el blanco, tres colores para nueve letras y para un sueño. Estuvo yendo a la biblioteca y estudió mapas y midió distancias, ¡Sólo 90 kilómetros! ¡48 millas! Y una noche de verano zarpó en dirección al Sáhara. Adiós, amigo, dijo abrazando al viejo. Suerte, hijo.
Confiaba en las estrellas y sabía que lo guiarían hasta la costa de su sueño. Nunca se perdió en el desierto y el mar ante sus ojos era un inmenso y oscuro desierto. Tienes que ir en ésta dirección, le dijo el viejo, señalando el sureste, si te apartas puedes aparecer en el fin del mundo. Él sabía qué constelaciones poner entre sus ojos, qué estrellas seguir, sin embargo se llevó una brújula por si hiciera falta.
Pasó toda la noche siguiendo el brillo de una lejana estrella que resplandecía en el horizonte y que le animaba a dominar los avatares de atravesar el piélago, como si cruzara el gran desierto.

La noche acabó y un rayo de sol le acarició la frente helada. Y de repente el silencio en medio de la nada. La ausencia de ruido le delató su soledad y sintió miedo. Pero el sol salía por el sitio adecuado, el viento, la corriente, todo irá bien, se prometió. A mediodía vistió su daraa y se enrolló el turbante y se recostó entre las olas, mientras el viento lo llevaba hacia su destino. El cansancio, el sueño, los espejismos, ¡Tierra a la vista! Las gigantes dunas, el recibimiento, la multitud que saludaba, que gritaba su nombre y que clamaba por un abrazo, por un saludo ¡Qué felicidad! ¡Qué alegría!

Tres días después, el viejo, en un bar del puerto, escuchó la noticia.

El cuerpo sin vida de un joven, al parecer de origen saharaui, apareció en la costa sur de la isla de Fuerteventura. Viajaba en una patera que apareció encallada en la playa.
Lo curioso, declaró La Guardia Civil, es que no se trataba de un inmigrante ilegal. El fallecido, tenía Residencia Permanente en la isla. Se ignora si viajaba acompañado y de dónde procedía
.

El viejo deambuló toda la tarde sin rumbo, hasta que cayó la noche y se sentó en el muelle mirando el horizonte. A lo lejos bailaban, al son de las olas, las luces de la añoranza y del sueño de una esperanza.








Foto:www.lasonet.com/sahara/sh-199.htm

jueves, 8 de abril de 2010

La otra mejilla







Tengo mucha sed,
estoy muy cansado,
pero el agua que se ve a lo lejos,
bien lo sé yo, sólo es un espejismo.

¿Qué hacer después de poner la otra mejilla?
¿Qué hacer cuando se agota la paciencia?
¿Qué hacer cuando se acaba el día?
¿Qué razones maniatan la ira?
¿Qué pasión anima a retar la tormenta,
a rezar en la vaguada seca de la espera?


Hijo, sólo nos queda la muerte.

Yo ya he puesto mi otra mejilla.












Foto:www.gfbv.it/3dossier/sahrawi/foto4.jpg

jueves, 25 de marzo de 2010

Tiris



“Padre, dicen que París es el mejor sitio del mundo” le cuenta el hijo a su padre.
“Quién haya dicho eso, es evidente que nunca ha estado en Tiris, hijo”

Tiris, es una región del Sáhara Occidental de extraordinaria belleza. Los saharauis y en especial los poetas la han mitificado y la han convertido en la musa, en la inspiración. En época de abundancia, después de la lluvia, se vuelve de color verde, la “Tiris jadra”, la inmensa región renace de sus cenizas, surge del polvo de los años secos y vuelve la vida.
Sin embargo la Tiris seca también es bella.
Hay algo mágico en el rostro de Tiris, algo inexplicable que envuelve y acaricia, que susurra, que sugiere y que hechiza.
Ella atrapa y anima, calma y enciende.
Todo poeta que haya pasado por Tiris, ha terminado escribiéndole poesía, hasta los que nunca la han visto, también le escriben versos.

Ella, Tiris, siempre acude para rescatar a los poetas y a la poesía.


Tiris

Cuando caigan
las primeras gotas
estaré a tus pies, amada mía.
Y desnudos nos mojaremos
el abrazo entre rebaños de arco iris.

Cuando vuelva
la lluvia, amada mía,
vendré con las primeras
jaimas del alba
a contarte los versos
que parió tu ausencia.

Cuando llegue ese día
vendarán mis hijos,
los hijos de mis hijos.

Vendremos todos a rendirte
la única y verdadera pleitesía.

(Poema del libro Nómada en el exilio.)



Imagen: Obra del pintor saharaui Ibnuchahid.



miércoles, 10 de marzo de 2010

Los Intraterrestres



I


Ellos habitaban en el centro de la tierra. Por las noches se dedicaban a excavar para salir a la superficie, cuando sólo les quedaba un palmo caían desfallecidos por el cansancio, mañana continuaremos, decían.
A la noche siguiente se daban cuenta de que no habían hecho nada, lo encontraban todo como la primera noche en que decidieron que no querían vivir encerrados. Volvían siempre al punto inicial y tenían que ponerse a excavar de nuevo.
Estaban condenados a cavar cada noche y no acabar nunca.
Su trabajo sólo les proporcionaba un sueño reparador durante el día, el descanso necesario para empezar una y otra vez el más infructuoso trabajo hasta el día del juicio final.

Su desgracia era no acordarse de decir, “Si Dios quiere.”

Dios les castigaba, como Sísifo, a repetir lo mismo toda la vida.

Nada es posible sin la voluntad divina, si Alá no lo consiente, nada puede ocurrir, decía la abuela, cada vez que terminaba de contar la vieja leyenda.

¿Cómo es posible que nadie se acuerde de decir Inshaalah?
Se preguntaba él
¿Y cómo es que no se han topado con algún pozo o con alguna fosa o sima por donde salir?
Sólo Dios lo sabe, hijo, decía la abuela.
Entonces sentía unas inmensas ganas de salvarles de su calvario.
Por las noches metía las manos en la arena y se imaginaba a muchos niños atrapados debajo que no podían jugar, que no tenían tiempo para reír, porque junto a sus padres luchaban, noche tras noche, por cambiar su claustrofóbico destino.
Una madrugada despertó a su madre gritando ¡Inshaalah, Inshaalah! Creyó que tenía una pesadilla. Duérmete, hijo, duérmete…
Pero el sueño, que terminaba venciéndole casi todas las noches y los años se juntaron para hacerle olvidar.


II


“¿Papá, papá, existen los Extraterrestres?”
“No lo sé, a lo mejor”
“¿Los has visto?”
“No, no los he visto. Pero hay muchas cosas que existen que nadie ha visto”
“¿Como qué papá?”
“Como los Intraterrestres”
“¡¿Los Intraterrestres?!”
“Sí, son como los Extraterrestres, pero no son de otros planetas, sino que viven aquí abajo, en el centro de la tierra.”
“¿Y cómo lo sabes, papá?”
“Hay una vieja leyenda saharaui que dice…”
“Papá, papá, tengo mucho sueño, mañana me la cuentas”
“Si Dios quiere, hijo, Inshaalah”




Foto:Generaciondelaamistad.blogspot.com

martes, 2 de marzo de 2010

Desde el cielo



Muchas veces suelo recordar el pasado mirándolo desde el cielo. Me imagino volando sobre un ave de enormes alas extendidas. El ave vuela en silencio, como yo, sin aletear. Sólo planea por encima de mis recuerdos.
Hubo un tiempo que me servía para poder conciliar el sueño.
Antaño, cuando apenas era un niño, antes de dormir me entretenía en la oscuridad viendo enormes rebaños de ovejas blancas deslizarse debajo de mi, era como si flotara en la oscuridad y debajo de mi aparecían miles de ovejas que salían de todas partes y que se dirigían a todas las direcciones; no tenían dueño, ni les seguía ningún pastor, eran ovejas libres.
Con los años perdí la facultad inocente del entretenimiento y desaparecieron las ovejas. Ahora están en mis recuerdos.

En las noches de soledad, cuando se hace imposible dormir, voy entre las alas del pájaro de sueños, reviviendo el pasado y viviendo experiencias del presente. Primero la perspectiva aérea, el mapa, el horizonte, los espejismos, luego voy bajando hasta el sitio de mis recuerdos.
A veces me veo jugando en el patio del colegio, el maestro me observa con la mirada de su adiós precipitado, repentino. Voy corriendo entre el polvo y el humo de las bombas y proyectiles que caen del cielo, entre gritos y llamadas de socorro…mi corazón me aconseja ponerme sobre el otro costado, al hacerlo espanto ese recuerdo y recupero la serenidad viéndome con mi madre que ordeña las cabras, me gusta escuchar el sonido que hace la leche cuando cae en el cuenco; suena a hogar, a calor, a los abrazos de una madre. Otras veces rememoro el beso que ha cambiado mi vida, el que permanece, la boda, los bautizos, la familia.
Pero también veo amargura, veo tristeza sobre la geografía de mi tierra, en los rostros del exilio, en las calles ocupadas, las muecas de la impotencia de mi gente; escucho los llantos de su rabia, los gritos de su silencio. Me desvelo. Un niño me saluda, levantando una bandera con los colores del futuro, en una calle de mi ciudad de tristezas, que se llena de esperanza. Duermo.

Muchas veces he vuelto sobre los mismos rincones de mi pasado y siempre encuentro algo que recordar, algo que revivir, algo que descubrir. Por eso, cada vez que el sueño se ausenta o llega tarde, yo me entrego a un viaje de ilusión que me lleva hasta el fin de la imaginación.
Anoche estuve acompañando, a una caravana de dromedarios blancos que cruzaba el Tiris hacia poniente, iba hacia el mar.

viernes, 19 de febrero de 2010

Pullover



En el Parque Santa Catalina, me subí a la guagua. Enseguida reparé en su melhfa de flores. No había asientos vacíos y decidí detenerme a su lado, en el pasillo cerca de la puerta de salida. Ella me miró como si mirara a un ser querido en una vieja fotografía, con los ojos de la ternura.

Los primeros días en las Palmas, yo saludaba, Salamaleikum, cada vez que me cruzaba con una darraa o con una melhfa. Aleikumbisalam, me respondían, a veces.
Venía de la península y no acostumbraba ver tantos trajes típicos saharauis pasearse por una ciudad y el instinto me indujo a acercarme a saludar, a averiguar, a buscar Lajbar*.
Pero pronto me di cuenta que la mayoría, ni siquiera eran saharauis y los que lo eran vivían al compás que marcaba una ciudad cosmopolita, cuyos habitantes tenían los colores del arco iris y no había tiempo para detenerse y menos para curiosear o preguntar por Lajbar en este mundo urbano.
“Deja ya de saludar, chico, que no estás en el desierto” me dijo un amigo saharaui Canarión, cansado de mis salutaciones.
En una semana dejé de saludar y comencé a ignorar aquellas vistosas vestimentas que me trasladaban a mi orilla del mundo, a mi calle, a mi casa.

Aquella mañana, a pesar de que por mis venas mi sangre hervía por saludar, no lo hice. Me quedé de pie sin saber cómo reaccionar ante aquellos ojos grises y melancólicos que me buscaban el corazón.
Cuando el autobús se detuvo en su parada, la mujer se levantó y antes de bajar se volvió y mirándome a los ojos, dijo con firmeza:

Si hablas mi lengua, quiero que sepas que le doy gracias a Dios por haberme subido en esta guagua y poder ver esa bandera que llevas en el pecho.”

La mujer de la melhfa de flores desapareció por una calle de las Palmas de Gran Canaria, mientras yo me arrepentía de mi silencio.



*lajbar: noticia, información.


viernes, 12 de febrero de 2010

El mar





Cuando voy caminando por el desierto, siempre tengo la sensación de que el mar está cerca, a punto de surgir del horizonte. Supongo que debe ser un recuerdo genético, heredado de los pobladores del Sáhara que no llegaron a conocer estas doradas arenas; que no llegaron a ver esta inmensidad que parió la evaporación milenaria de las aguas que cubrían el territorio.
Quizá es el deseo inconsciente de llegar a ver qué hay detrás de la monotonía. Qué hay detrás de los espejismos.
¡El mar y la arena, qué hermosa combinación!
Cuando las olas y las dunas se besan y se acarician se puede sentir su abrazo, se puede oír su risa, mientras juegan ajenos a la tristeza y al dolor de sus hijos, los que brotamos de esa mezcla de aguas saladas y arenas doradas.

¡El mar y la arena, testigos indiferentes de cuántas alegrías, cómplices involuntarios de cuántas tragedias!

“¿Ha visto usted el mar?” pregunta el niño a la maestra.

La maestra, que se temía la pregunta, hacía ya mucho tiempo que tenía preparada la respuesta. Pero en vez de responder, preguntó.

“¿Cuántos de vosotros habéis visto el mar?”

“Yo, maestra, yo, yo, yo…” gritaron todos los niños levantando las manos.


Todos habían visto el mar, todos habían estado, al menos, en una playa. El Mar Mediterráneo, El Mar Cantábrico, El Océano Atlántico. Habían estado en todo el litoral español. Uno dijo que, también había visto el mar en Mauritania, otros dijeron que en Argelia. Era muy bonito dijeron, aunque muy salado. Era muy verde y muy azul, lleno de peces y barcos, dijeron unos; lleno de gente feliz y alegre, dijeron otros.

“¿Ha visto usted el mar?” pregunta, otra vez, el niño a la maestra.

El mar es como el desierto, sólo que en vez de arena tiene agua. El mar está en constante movimiento, como el desierto, las dunas son olas que se han secado y que perdieron el paso. La lenta imitación de un movimiento milenario que las tormentas llevan a su antojo hacia todas partes. El desierto y el mar terminan siempre en un abrazo fiel y eterno.

“Sí, he visto el mar” dijo la maestra

“¿En el Sáhara, maestra, en el Sáhara…?” preguntaron todos juntos.

El mar es un recuerdo borroso de una tarde de arenas blancas y ropa al viento; de gaviotas que surcaban el cielo azul siguiendo el rastro de un avión que se diluye en el infinito. Es un olor, ya casi imperceptible, a comida primitiva, a murmullos de vida. El mar es una niña que baila sobre un espejo de plata.

“Lo he visto hoy en vuestros ojos” respondió la maestra.











foto: http://www.bubisher.com/

miércoles, 3 de febrero de 2010

El Sol

Hay un relato del escritor y humorista cubano Héctor Zumbado, del que siempre me acuerdo y que suelo contar, a mi manera, a mis amigos.
El relato se titula El hombre que quería enlatar el sol.
Carlos Ruiz de la Tejera, también uno de los más brillantes humoristas cubanos, incorporó la historia a su repertorio de monólogos.
El hombre tenía una brillante idea, tenía un proyecto que quería desarrollar, pero acaba enfrentándose a la burocracia y al poder. Termina humillado y obligado “a dejarse de boberías”. La historia es muy breve pero tiene un final impresionante. El hombre, derrotado, arroja la lata, ésta se abre y desde su fondo comienza a amanecer.
Una emotiva imagen que infunde esperanza, pero a él le cortaron las alas, le privaron de soñar, le degollaron la ilusión.

Una tarde de verano en el campamento de Bir Ganduz, hace ya varios veranos, le conté la historia a un amigo militar que acababa de llegar de los territorios liberados (Sahara Occidental) y le gustó tanto la historia que empezó a hacer sus propios proyectos.
- A ese amiguito tuyo de Cuba, dile que se dedique a otra cosa. Conservas de mangos o guayabas, por ejemplo- dijo, abanicándose con el turbante.
- ¿Por qué?
- ¡Porque para sol, el nuestro! Aquí está el futuro.
- El futuro de la energía, quieres decir.
- ¡No, hombre, no! El de las conservas de sol.

Yo pensé que mi amigo bromeaba y no le hice ningún caso, sin embargo él continuó dándole forma a sus ideas.
- Con el permiso del cubano ese y trayendo la tecnología necesaria podemos producir millones de barriles al día y también lo podríamos exportar a través de soleoductos. Se podría intercambiar por sombra de Escandinavia ¡Sería grandioso!
- Y la arena, que nos están robando- dije yo buscando imponer algo de lógica.
- Muy buena tu idea, tenemos la arena de mejor calidad del mercado ¡Imagínate unos arenoductos repartiéndola por las playas del mundo! ¡Tu tierra en todas partes ¿no es grandioso?!
- La pesca – insistí.
- El pescado- dijo pensativo, como si de repente su imaginación hubiese encontrado un escollo insalvable- bueno sí, también, pero ese hace mucho que viene enlatado del norte. ¡No me gusta el pescado! Concluyó.

El se quedó callado, con la mirada fija en el techo de zinc que parecía quejarse del inclemente sol de verano. Estaba pensando a fuego lento.

Por la tarde, antes de irse, se quedó un momento mirándome pensativo.
- ¡Te imaginas una tormenta de arena en Escandinavia! Debe ser maravilloso.

Se levantó, se enrolló el turbante en la cabeza.
- Sólo nos falta una cosa – dijo despidiéndose – La libertad.

¿Quién teme a los sueños? Pensé.

miércoles, 20 de enero de 2010

La bandera


La ceremonia de izar y arrear la bandera fue una de las primeras cosas que llamaron mi atención en aquella primera, rudimentaria e improvisada escuela del exilio.
Aún recuerdo a Muti*, Mahamud Ali Almaati, y a Smareño, cuyo nombre no recuerdo haber conocido, con aire marcial a pesar del frío de aquel invierno de 1976, desfilar uno tras otro hasta el centro de la escuela, que conformaban unas destartaladas tiendas de campaña.
Las cuatro o cinco tiendas, en forma de conos, formaban un semicírculo, dentro del cual nos hacían formar y firmes saludar la ceremonia de la bandera, tanto por la mañana como por la tarde.
Por las mañanas el maestro llamaba con voz castrense a los de la bandera y ellos salían como si brotaran de la nada. El primero sosteniendo la bandera como si llevara algo frágil y se preocupaba por no tropezar y el segundo le seguía como su sombra.
Al llegar junto al mástil de la bandera se detenían y el segundo, que tenía las manos libres, descubría la cabeza y hacia lo mismo con la del compañero, retirando con sumo cuidado los gorros de peluche, luego desataba la cuerda del mástil y junto a su compañero la ataban y la preparaban para ser izada. Entonces se ponían en posición de firmes y el maestro ordenaba el izado de la bandera al mismo tiempo que los demás entonábamos las notas del himno “ANA RAFIK*”
La bandera tenia que subir al ritmo del himno y alcanzar la cima justo cuando éste terminara. Se ponían los gorros, retrocedían un par de pasos, daban media vuelta y se retiraban para unirse al grupo que les esperaba en posición de firmes, hasta que ocupaban sus puestos: los dos primeros de la fila.
Yo soñaba con ser uno de los de la bandera.
Una mañana Smareño, no apareció y el maestro de turno buscó con la mirada un sustituto y lo encontró. De pronto estaba imitando los pasos de Muti, y le seguía, aunque yo siempre me imaginé delante llevando en brazos la bandera.
A la hora de la verdad me traicionaron los nervios y hacía tanto frío que se me habían entumecido hasta las ideas. Alteré el orden de los pasos y se me cayeron los gorros al suelo, al ayudar a mi compañero a sujetar la bandera se me escapó de las manos y llegó a rozar el suelo, “menos mal que era la parte negra” pensé buscando un consuelo. Como la franja negra representaba el colonialismo, no creo que le importaría mucho al maestro que haya tocado el suelo, continué intentando dominar los nervios. Muti, no sabía si reír o llorar y me dirigió unas miradas de “ya verás tú lo que te espera”
Por la tarde estaba al principio de la fila detrás de Muti, listo para la segunda parte, la conclusión de la jornada: arrear la bandera.
Siguiendo las órdenes del maestro, que no pareció importarle lo que pasó por la mañana, cumplí con mi compañero la misión de arrear, doblar y poner sobre sus brazos extendidos, la bandera con el color verde por encima. Le coloqué su gorro, me ajusté el mío y nos retiramos como si lo hubiéramos hecho un millón de veces antes.
Desde entonces, estuve subiendo y bajando la bandera unos cuantos años, tanto en las escuelas de los campamentos como en los internados por los que pasé, hasta que me fui a Cuba.


*Muti, un amigo que perdió la vida defendiendo la libertad del Sáhara.
*ANA RAFIK, himno del F. POLISARIO.

martes, 12 de enero de 2010

Ebnu





Ebnu, el nombre con el que firmo y con el que me llaman mis amigos, surgió una mañana de invierno de 1976, en la escuela de uno de los primeros campamentos de refugiados saharauis en territorio argelino.
Baba, uno de los maestros del exilio, tenía la tienda-aula llena de niños, e intentaba en medio del alboroto recoger sus nombres para la lista de clase. Cuando me señaló a mí y le dije mi nombre, se quedó mirándome durante unos segundos.
- Eres “Ibnu chahid” dijo mientras ordenaba a los demás niños que hicieran silencio.
Yo que por aquellos días oía mucho la palabra “chahid” asentí, moviendo la cabeza.
- Su padre perdió la vida en un bombardeo de la aviación marroquí. Es hijo de un mártir de la revolución- sentenció el maestro, mientras los niños me buscaban con sus miradas.
Desde ese día el maestro y todos los niños de la escuela empezaron a llamarme por el sobrenombre de “Ibnu chahid”, el hijo del mártir.
Yo comencé a responder al nuevo nombre sin saber que con los años iba a formar parte inseparable de mi vida.
Al principio no me sentía cómodo con el nombre. Me parecía que me estaba apropiando de un nombre que no era sólo mío. Había muchos niños y niñas que habían perdido a sus padres en la guerra y nadie les llamaba por ese nombre, por qué iba a ser yo diferente.
Sin embargo, a medida que iba pasando el tiempo, mi verdadero nombre fue perdiendo la batalla , sólo servía para identificarme en las listas de la escuela, y muchas veces ni siquiera eso, porque en la mayoría de los casos era sólo un número. Salvo mi familia, que nunca dejó de llamarme con mi verdadero nombre, el uso de mi nombre de pila iba a ser relegado exclusivamente a documentos oficiales, o a las innumerables listas donde nos inscribimos, muchas veces sin saber por qué.
Con los años y cuando ya lo tenía asimilado, mis amigos más cercanos comenzaron a llamarme simplemente Ibnu o Abnu, economizando de esta manera el nombre. El primer poema que escribí lo firmé con Ebnu, que era según me parecía, la mejor manera de que su pronunciación en castellano se pareciese a la del Hasanía.
Ibnu era muy árabe y muy clásico y Abnu en español era raro por la sonoridad de la A con relación a las demás letras y se alejaba de la pronunciación en Hasanía.
Así que soy hijo, soy ebnu de una estirpe condenada al martirio, somos cientos de hijas e hijos de mártires, somos miles de hermanos y hermanas de mártires, somos padres, somos madres de cientos de mártires. Los saharauis somos hijos de unas circunstancias incomprensiblemente adversas. Aunque nuestra causa es justa, y objetivamente clara, nuestro destino parece ser el abandono, el olvido.
Nuestra es la tierra, nuestro es el mar, el Sáhara jamás tuvo más corona que un turbante o un trozo de melhfa y la inmensidad de un cielo azul y por su libertad estamos decididos a morir.

¡TODA LA PATRIA O EL MARTIRIO!

Bienvenidos


Ven a sentir la paz de la distancia,
a contar las horas del exilio silencioso.

ven a escuchar los ecos del tiempo
en los ojos grises de la memoria.

Ven a recordar juntos
el olor de la última lluvia.

Ven...

Con estos versos quiero que sean todos bienvenidos a este nuevo blog, que nace con este año nuevo. Deseo que sea el año de la paz y la felicidad para todo el mundo y que para los saharauis sea el año de la libertad.