jueves, 22 de abril de 2010

Una maleta de libros


“…nada dura mucho en un mundo de nómadas.”
Gonzalo Moure. (Maíto Panduro)



¿Y mis libros, mamá? Dijo después de un extenso saludo.
“¿Tus libros? ¿Tus libros? Repitió titubeante. Tus libros ya no existen, tus libros han desaparecido para siempre.”
¿Qué pasó, madre?
“Shidda, hijo, la gran sequía tiene la culpa de que te hayas quedado sin libros. Espero hijo, que tengas más vida que esas hojas y que toda la sabiduría que encerraban esté sembrada en tu mente y en tu corazón, y además con la cantidad de años que has estudiado, a lo mejor ya es suficiente, ¿no?”

Fueron diecisiete años estudiando lejos, en otra tierra, en otro mundo. Más de la mitad de su vida lejos de casa, lejos de la familia, lejos de la tierra.
Y al volver sólo traía una maleta llena de libros. Era lo mejor que se podía traer de la tierra en la que se sembraban libros.
Los suyos eran una colección de lo más representativo de la literatura universal. Iberoamericana, sobre todo.
Él había llegado en verano, a mediados de un mes de julio hirviente y se encontró con que su familia llevaba años en la badía, de nómada por la zona liberada del Sáhara.
Aquel fue un año duro, como la mayoría de los años en el desierto, había llegado arrastrando su maleta de libros y sus hermanos pequeños, al verlo, fueron corriendo a recibirlo y entre todos le ayudaron a llevar la maleta hasta la jaima de su familia.
Después de los abrazos y las lágrimas de alegría, que rompieron el muro de represión de tantos años y libres al fin se secaron sobre los rostros de la espera, los niños pidieron caramelos, pidieron juguetes…
Lo siento, sólo traigo libros, dijo él excusándose.

Estuvo todo ese verano leyendo y releyendo su tesoro hasta que lo llamaron para hacer el servicio militar.

¿Pero cómo han desaparecido, mamá? ¿Se quemaron, se los llevó una tormenta?
“Se los dimos a las cabras, dijo la madre, y aunque la idea fue de tu padre, la verdad es que no había otra alternativa”

Cerca de un año esperando abrir la maleta de los libros, soñando con el reencuentro, con una plácida lectura bajo la sombra de una acacia. Y de repente todo había desaparecido.

Nada es para siempre, nada suele parecerse a lo que se sueña. La vida en si es un destino al que no se sabe cómo llegar. Los libros son el sustento de muchos caminos, son la compañía, son el camino, los libros son el destino. Los libros son alimento, los libros son vida.
No pasa nada mamá, al menos han servido para salvar a las cabras.
“Que Alá nos dé más vida, hijo, de las pobres sólo se ha salvado una. Era la preferida de tu padre y sospecho que le dio los mejores libros, los más gordos.” dijo la madre buscando un gesto que tranquiliza, buscando, tal vez, una tierna sonrisa.

De repente su hermano, el más pequeño, irrumpió dentro de la jaima gritando:
¡Mamá, mamá, La Canaria ha parido, La Canaria ha tenido dos crías!

¿Quién?

“Es la cabra, hijo.”






Foto:http://murmullo.org/wp-content/uploads/2009/09/mar-de-libros.jpg

miércoles, 14 de abril de 2010

Al Sáhara en patera



Esto, antes, era el mundo de las cabras, toda la vida de pastor hasta que acabaron con mis cabras y con su mundo y con el mío. El turismo se comió mis cabras y sólo me queda este paseo por el puerto y poder hablar de aquellos tiempos que se nos escaparon sin darnos cuenta.
¿Y tú por qué vienes al puerto? “Yo quiero ir al Sáhara.”
¡El Sáhara! Yo estuve hace años ¡La cantidad de cabras que llevé yo al Sáhara, muchacho! ¿Y cómo te vas a ir? ¿En barco?
“No, me iré en una patera” ¡¿Qué?! “En una patera... un cayuco”
¡Al Sáhara en una patera, ¿Tú estás loco, chico?!

La idea venía rondando en su cabeza desde hacía bastante tiempo y la había compartido con sus amigos, pero todos pensaban que sólo se trataba de una broma. Sólo el viejo del muelle sabía que hablaba en serio. “Ten cuidado, muchacho, el mar es muy peligroso”

Lo había calculado todo, agua, comida, cosas que creía necesarias para la travesía, hasta le puso nombre a la barca, Esperanza escribió con el verde, el rojo y el blanco, tres colores para nueve letras y para un sueño. Estuvo yendo a la biblioteca y estudió mapas y midió distancias, ¡Sólo 90 kilómetros! ¡48 millas! Y una noche de verano zarpó en dirección al Sáhara. Adiós, amigo, dijo abrazando al viejo. Suerte, hijo.
Confiaba en las estrellas y sabía que lo guiarían hasta la costa de su sueño. Nunca se perdió en el desierto y el mar ante sus ojos era un inmenso y oscuro desierto. Tienes que ir en ésta dirección, le dijo el viejo, señalando el sureste, si te apartas puedes aparecer en el fin del mundo. Él sabía qué constelaciones poner entre sus ojos, qué estrellas seguir, sin embargo se llevó una brújula por si hiciera falta.
Pasó toda la noche siguiendo el brillo de una lejana estrella que resplandecía en el horizonte y que le animaba a dominar los avatares de atravesar el piélago, como si cruzara el gran desierto.

La noche acabó y un rayo de sol le acarició la frente helada. Y de repente el silencio en medio de la nada. La ausencia de ruido le delató su soledad y sintió miedo. Pero el sol salía por el sitio adecuado, el viento, la corriente, todo irá bien, se prometió. A mediodía vistió su daraa y se enrolló el turbante y se recostó entre las olas, mientras el viento lo llevaba hacia su destino. El cansancio, el sueño, los espejismos, ¡Tierra a la vista! Las gigantes dunas, el recibimiento, la multitud que saludaba, que gritaba su nombre y que clamaba por un abrazo, por un saludo ¡Qué felicidad! ¡Qué alegría!

Tres días después, el viejo, en un bar del puerto, escuchó la noticia.

El cuerpo sin vida de un joven, al parecer de origen saharaui, apareció en la costa sur de la isla de Fuerteventura. Viajaba en una patera que apareció encallada en la playa.
Lo curioso, declaró La Guardia Civil, es que no se trataba de un inmigrante ilegal. El fallecido, tenía Residencia Permanente en la isla. Se ignora si viajaba acompañado y de dónde procedía
.

El viejo deambuló toda la tarde sin rumbo, hasta que cayó la noche y se sentó en el muelle mirando el horizonte. A lo lejos bailaban, al son de las olas, las luces de la añoranza y del sueño de una esperanza.








Foto:www.lasonet.com/sahara/sh-199.htm

jueves, 8 de abril de 2010

La otra mejilla







Tengo mucha sed,
estoy muy cansado,
pero el agua que se ve a lo lejos,
bien lo sé yo, sólo es un espejismo.

¿Qué hacer después de poner la otra mejilla?
¿Qué hacer cuando se agota la paciencia?
¿Qué hacer cuando se acaba el día?
¿Qué razones maniatan la ira?
¿Qué pasión anima a retar la tormenta,
a rezar en la vaguada seca de la espera?


Hijo, sólo nos queda la muerte.

Yo ya he puesto mi otra mejilla.












Foto:www.gfbv.it/3dossier/sahrawi/foto4.jpg