miércoles, 1 de junio de 2011

Los ojos y las manos







El día que abrieron la verja y lo sacaron a empujones tenía los ojos cerrados. Lo llevaron de los brazos, arrastrándolo y lo sentaron en una silla a la que se sujeto con fuerza cuando lo soltaron. ¡Abre los ojos le gritaron! Y levantó las manos. Lo torturaron y lo volvieron a torturar y no abrió los ojos. ¡Abre los malditos ojos! Y levantó al cielo, nuevamente, las manos. Lo dejaron moribundo, inconsciente y lo arrastraron otra vez hasta la celda oscura y allí durante otra semana lo olvidaron.

No había ninguna ventana por la que podía entrar la luz del día, ni el brillo de la luna, ni el viento, ni la voz del almuédano. Nada. Bajo sus manos, llenas de dolor, vio la oscuridad en cada pared y respiró los profundos olores de la soledad y el miedo asfixiante del silencio.

“No salgas, hijo” le había dicho su madre

Escuchó los gritos cerca de su casa e identificó a muchas de las voces, muchos eran amigos o que conocía personalmente. A otros les había oído la voz en algún momento, pero había cientos de voces que no conocía que repetían lo mismo que las voces que conocía y entonces no pudo soportarlo y salió a la calle y gritó con todas sus fuerzas con los puños en alto por la libertad y la dignidad en las calles del barrio Maatala.

“No salgas, hijo” recordó que le había dicho su madre en el momento en que un fuerte golpe en la nuca lo dejo tendido, inconsciente, sobre el asfalto.

Cuando lo sacaron violentamente y le volvieron a gritar que abriera sus ojos, levantó las manos haciendo con sus dedos la uve de la victoria y se imaginó los rostros de sus verdugos llenos de odio y desprecio. Y en sus alaridos y zarpazos supo que le tenían miedo, sintió su desesperación, su pavor, su cobardía.





Foto tomada de http://www.tlaxcala-int.org

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